lunes, 1 de julio de 2013

Amor a los niños pobres



Amor a los niños pobres
Francisco Javier Larraín S.
26 de Julio de 2012

                Hace unos días se cumplían 11 meses del homicidio de Manuel Gutiérrez de 16 años, quien resultó muerto por bala policial en brazos de su hermano que estaba en sillas de rueda, lejos de barricadas y enfrentamiento alguno en un sector popular (a pesar que así la prensa trató de decirlo y responsables quisieron colgarse de ese salvavidas). El clima de impunidad se dejó sentir de inmediato,  a pesar de la muerte del joven buena parte de los Carabineros inicialmente dados de baja seguían en servicio activo pocas semanas después. No sólo eso, el Director General de Carabineros de entonces no renunció por este crimen; sólo lo hizo al conocerse su actuar en el parte que se le hizo a su hijo.  Resultado: matar alevosamente a un joven pobre resulta casi gratis si se viste de uniforme, porque eso “hace ver orden” aunque ocurra lejos de desmanes.
                En un Hospital un grupo de carabineros disparaba contra un grupo de mapuches, entre los que había niños, resultando conocido cinco heridos que visitaban a sus familiares. Carabineros les disparó sabiéndolo, pero como ese día había una “cumbre de seguridad”, como esas donde Pérez Yoma llegaba en un Black Hawk a territorio mapuche, entonces personeros de gobierno rogaban a agencias de inteligencia americana (como dijo Wikileaks) que les formaran un caso FARC-Mapuche.
Al ser interpelada la fuerza policial dijo que los mapuches usan por costumbre a los niños de “escudos humanos”, resulta entonces que hay costumbre de dispararles entonces (al decir una canallada hay derivaciones como conclusiones)… Esto me recordó un montaje que se pretendió hace unos tres años donde se quiso hacer notar lo mismo, claro que por ese montaje nadie pagó. Resultado: si se viste uniforme y se presentan registros adulterados o declaraciones canallescas contra pobres e indígenas, sale (casi) gratis.
                Son fechas curiosas, el disparar a sabiendas contra menores de edad se ha hecho normal: no hay denuncias ni acciones a ese efecto, incumpliendo la legalidad y los convenios internacionales. Donde es tan grande la impostura que nadie insinúa siquiera el “notable abandono de deberes” de aquellos encargados de velar por su integridad en tribunales. No olvide que el Estado tiene la obligación de atender la discapacidad (y de respetar el derecho integral de los niños a su imagen, pero son empleados para dar lástima), pero los presidentes de la República van a ella con ocasión del aumento de las grandes empresas que descuentan impuestos “ayudando” a buen retorno…
Como escribí antes: este es un país que no quiere a los niños, menos si son pobres o indígenas, porque a ellos se les perpetra un sistema educacional que les mantiene limitados en su desarrollo. El reggaetón, “programas juveniles”, y una serie de barrabasadas no están si no pensadas para los niños pobres o de padres recién ascendidos socialmente. Jóvenes que no manejan los contenidos mínimos de la enseñanza y están orgullosos de su ineptitud se les presentan como modelos de prestigio y los replican. Se les enseña a acusar a padres, vecinos y docentes, pero se silencia la maldad del secuestro, tortura, abusos sexuales y amenazas que tantos reciben de parte de aquellos que deben protegerlos. El negocio, habrá adivinado, está en la delación microsocial, no en la justicia social.
                Y así, tras conocer lo del sacerdote O’Reilly en el Colegio Cumbres, uno piensa en el Padre Hurtado, quien sí veía a Cristo en los más pobres y a los niños en la clave que Cristo entregó. Adivine a quien escucha la élite que busca cuidar sus privilegios, y a quien se silencia en lo que se trata de hacerse cargo real de los desafíos con los niños. El resto, paparruchas.

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