Psicopatía
“buena onda”
Francisco Javier Larraín
17 de Diciembre de 2010
He
conversado con personas que tienen formación académica distinta a la mía y
desde hace años me presentan una inquietud constante, referida a la sociedad
que se ha construido. Les da miedo el mundo que han heredado a sus hijos, donde
cada vez la agresividad toma un espacio más campante, de manera cruda o
refinada. Normalmente lo discuto con los chicos de Orientación Familiar, y
ahora lo comparto con los lectores.
Hace
algunos años los dirigentes del mundo occidental tomaron una decisión para
poder gobernar sin preocuparse de enfrentar movilizaciones que afectaban la
imagen de su mandato. Esta decisión en su momento pareció, como buen demonio,
entregar un bien, a cambio de “pequeñas” concesiones que sustrajeron en su
conjunto aquello que hace un grupo de adultos su vida ciudadana. Entregamos el
alma de la convivencia en una sociedad solidaria de adultos, a cambio de
baratijas. “No piense en mejorar el mundo, preocúpese de mejorar cómo va usted
en esta pasada”.
Pasamos
de ser ciudadanos a meros hommo economicus, e igualamos poder adquisitivo
individual a persona. Incluso escucho a generaciones más jóvenes decir “si
alguien no me sirve, ni me da todo lo que quiero, no sigo con él (o ella)”,
simple y llano, las relaciones de pareja son la fidelidad para una marca de
gaseosa.
Junto
con la pérdida del sentido social, vino la psicopatía promocionada en las
escuelas de negocios: perjudicar antes de ser perjudicado. La penetración fue
tal que hoy basta ver programas de juicios en televisión, páginas de secretos o
consultoría sentimental radial: no hay amor, solidaridad ni esfuerzo, sólo
sucedáneos (Me erizo cuando muchachos sin voluntad escriben “Te Amo”). La
frustración derivada de vivir en la nada se asume como un estado inmutable;
“siempre ha sido así” dicen incluso gente tenida por seria y entendida, pobres
muchachos.
Vaya
psicopática realidad, fui objeto de una maniobra en una radio, que un experto
en negocios estimó necesaria porque pensó que mi lugar de trabajo entonces le
resultaba competencia peligrosa para su plan de negocios educacionales (la
educación en sí no es lo suyo). El locutor que participó de esto me explicó que
era por el auspicio pagado por quien se creía mi competencia. Estoy seguro que
ambos se tienen por personas decentes que creen querer a sus hijos y
familiares.
Entonces,
no interesa el otro, y los deseos se estimulan para igualarse a la voluntad,
para poder hacernos comprar cosas que en realidad no necesitamos. Para cumplir
esos deseos nos refuerzan perjudicar a los demás. Potenciados más que nunca el
bullying, sexting, grooming y femicidios: gente que no tolera la existencia de
otra persona como uno mismo que se interponga en conseguir lo que creen les
dará alguna satisfacción. Siempre les digo con ironía a mis estudiantes: “sé
que es trágico, pero lo bueno es que tendrán trabajo, mucho trabajo”.
¿Qué se
puede hacer? Lo que está más a mano es gastarse los pocos momentos con los
hijos para su crianza. Trabajar para mantenerlos es lo que permite que
subsistan, pero nunca hará su felicidad. La felicidad, a diferencia de su
sucedáneo la euforia, se puede educar. Y aunque el sistema económico cruja,
educar la voluntad para no guiarse por los deseos y sentimientos, que es
precisamente lo que tiene a la gente infeliz.
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