No es amor lo
que sienten “los cabros”
Francisco Javier Larraín
27 de Diciembre de 2010
Desde hace unos años me escalofrío
cuando en internet, en la calle, en la televisión y la radio muchachos de limitadas
luces y nula voluntad mandan saludos a sus parejas y cierran con un “te amo”. Discusiones
como esas son las que enriquecen las cátedras de Orientación Familiar,
compartiré lo que he desarrollado como mis alumnos.
En mis clases suelo enseñar clásicos
de la filosofía, la antítesis entre quienes postulan que da lo mismo lo que se
haga, y aquellos que enseñan la voluntad para transformar el mundo. Algo entre
ir con la corriente de la deshumanización y el control al que se nos somete de
puro buena onda (Facebook, programas juveniles, etc.), y la capacidad de
hacerse cargo del propio destino y buscar el espacio para que la existencia
propia haya valido la pena.
En psicoanálisis clásico (no
necesariamente científico, pero sí muy ilustrativo y entretenido) se habla del
deseo y del goce. El deseo viene a ser la comisión de los actos en búsqueda del
placer, de un placer que libera y que sólo tiene posibilidad en la conciencia,
tiene que ser lúcido. El goce es el placer, pero contenido en una existencia
con culpa y sin la conciencia de saber qué hace sustentable esto que divierte.
Personas que se sienten poca cosa y que comprarán desde un cosmético hasta un
auto para obtener una gratificación inmediata sin ir a qué las hace sentir
inferiores, ellas viven para el deseo en un marco perverso.
Tenemos muchachos que no quieren
estudiar para tener buenas notas (hoy potenciado por el oxímoron de la
Inteligencia Emocional, como lo único a aplicar en el aula según muchas modas),
niños que quieren celulares de reciente aparición y saben que con un par de
berrinches los conseguirán, chiquillas que cuales arpías manipulan emotivamente
a sus padres para conseguir un permiso absurdo. Todos estos casos en común
tienen como elemento central: la no expresión de la voluntad, que permite el
placer liberador. Sólo son expresión del fomento de futuras angustias porque
cada vez más los adolescentes no saben estar ellos consigo mismos.
Lo penoso es que estos muchachos en
ciertos estratos de la población quedan con una paternidad prematura porque les
da flojera la idea de usar informadamente algún método contraceptivo (la
voluntad de la continencia es anatema en su hambre sin control). Futuros padres
que exigen más que apoyo, aplauso y connivencia frente a su incontinencia.
Deseo
que los jóvenes tengan sueños, hablo no sólo de fantasear, o de imaginar con la
flojera de “El Secreto”; desear los sueños implica forjarse la voluntad para
estar a la altura y llevarlos adelante. Da lo mismo lo que se da en llamar “el
estilo”, o ser “cool”, Louis Pasteur y Martin Luther King no derrotaron la
adversidad preocupados de sus cabellos. Incluso el Che Guevara o Allende
salieron derrotados, pero no inspiraron a millones preocupándose de su pito de
marihuana.
No
hay amor entre “los cabros”, si la voluntad de perseguir un sueño o el ánimo
manifiesto de cumplir un deseo para sí mismos. El amor es liberador, no es la
bestia dominando, como diría Aristóteles. Es una de las pocas cosas que sé del
amor, pero es de la que más cierto estoy.
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