lunes, 1 de julio de 2013

Un Quijote sin rendir



Un Quijote sin rendir
Francisco Javier Larraín
13 de Abril de 2011

            La semana pasada recordaba personajes de literatura de Enseñanza Media con colegas y amigos. Haciendo alguna mención a los que nos parecían más importantes, para lo que más adelante nos volveríamos, el personaje de Don Quijote vuelve a aparecer, en principio para inspirar, pero normalmente tendemos a dejar de ver su historia completa; básicamente porque no termina bien, y sobre este destino quiero escribir esta semana.
            El libro comienza con Alonso Quijano, que de mucho leer, y de poco dormir (vaya combinación fatal) termina confundiendo la realidad con lo que de los libros su cerebro había quedado impregnado: novelas de caballería. El libro está lleno de confusiones penosas que el protagonista lleva con imitable entereza. Este choque está producido en el hecho que las convicciones morales del Quijote se conciben desde la fantasía. Las convicciones del Quijote son correctas, pero su manera de entender el cómo llevarlas a cabo suelen estar completamente erradas porque el mundo no se corresponde al lugar donde se quieren llevar a cabo, lo voy a explicar después de este paseo.
            Todos los que tomamos el libro, que en el Liceo no se digiere ni se aprende profundamente, recordamos que el Quijote parte de convicciones profundas y espirituales, alejadas del pragmatismo de Sancho y del materialismo del resto de los personajes. Incluso sorprende que Cervantes tome partido por su protagonista cada vez que es sometido a escarnio público, puesto que es demasiado el castigo de las pruebas por las que hace pasar al manchego que se supone harán entrega de un ser más puro y espiritual aún. Hasta cae bajo el influjo de una labradora de “muy buen parecer” pretendiéndole origen noble, traicionándose en algo que le es importante.
            En la segunda parte cambian las cosas, es Sancho el que se torna más espiritual y más cercano en fidelidad al asumirse verdadero escudero de alguien respetable; es el Quijote quien ve su espíritu comenzando a flaquear. Como dato anecdótico: el libro (también) es una burla a Lope de Vega, quien después de abandonar a su mujer se dedica a publicar sus amoríos en formato romántico. Mal que mal, Cervantes hace que Don Quijote recite romances en sus momentos de desvaríos más profundos.
            Finalmente Don Quijote es vencido en la playa de Barcelona, su vencedor le hace prometer que volverá a su pueblo y no saldrá nuevamente como caballero andante. El manchego cede y vuelve herido de sensatez.
            Muere de pena al volver a la cordura. Su escudero aprende de él convicciones morales, convirtiéndose en excelente gobernante aprendiendo las lecciones que el Quijote encarnaba, pero Alonso Quijano tuvo convicciones según su fantasía fuera alimentada, el golpe a sus ideales era uno a su fantasía; y él fue progresivamente abandonando sus ideales.
            Lo que he revisado estos días, gracias a mis compañeros de trabajo, es que los ideales deben hacerse carne, fundándolos siempre en la realidad muchas veces enemiga de ellos. Evidentemente el Quijote se rinde, yo me niego a ceder mis ideales, lo que me obliga a pasar muchos malos ratos con la realidad donde quiero que mis convicciones se lleven a cabo. Pero para eso no se debe adornar la realidad, hay que hacerse cargo de ella.
            Queridos lectores, porfiemos en cambiarnos para cambiar el mundo, los perros ladrarán desde su miseria, pero significará que avanzamos.

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