lunes, 1 de julio de 2013

Desconfiar es perder seguridad (ciudadana)



Desconfiar es perder seguridad (ciudadana)
Francisco Javier Larraín
14 de Marzo de 2011

            Conversando con un amigo, uniformado de verde en otra época, tocamos el tema del Estado policial que algunas personas denuncian desde hace un par de años a la fecha. Razones, desgraciadamente, no les faltan. Mi amigo tiene una visión opuesta, ve cada vez más precarizada la función del Carabinero que está en la calle porque se le cuestiona más en su actuar social y hay bastante facilidad para sacarlo de las filas ante faltas que parecen menores. Yo le expliqué que Estado policial no es donde mandan los policías, si no que las garantías constitucionales y derechos cívicos se reemplazan por el control más absurdo y el abuso policial que de inusual se va tornando parte del decorado cotidiano. Y esa definición de Estado depende de quienes administran el Estado.
            Mi interlocutor me decía que ampliando en sentimiento de separación entre la policía uniformada y el resto de la población lo que se generaba era un mutuo sentimiento de desconfianza. Yo estoy plenamente de acuerdo con eso, bastante he conversado sobre eso: es la misma idea de separar en barrios distintos ricos y pobres que genera mutua desconfianza, resentimiento (sí, en ambos lados) y a veces algún ansia aniquiladora.
            Sin embargo, recientes procedimientos judiciales contra un ciudadano pakistaní en el que incluso Estados Unidos, conocido por su paranoia terrorista, había desistido de las acusaciones. Incluso el registro de domicilio, sin orden judicial, antes que se detectaran trazas de explosivo en dicho ciudadano generado una sensación de indefensión ciudadana frente al “Gran Hermano” de Orwell. Estamos de acuerdo que todo delito debe ser perseguido y castigado, pero criminalizar a manifestantes por lo que hacen delincuentes y fuerzas policiales a todas luces excede el principio de responsabilidad individual.
            Su actuar, en todo caso, depende del mando civil, más aún con la actual reconfiguración del Ministerio del Interior y Seguridad Pública. He acá la preocupación que compartimos mi interlocutor y yo: cuando se sanciona más el disenso (leer las presentaciones de la Fiscalía en el “caso bombas” es esclarecedor) que del delito (se acaba de presentar un proyecto de libertad para lanzas presos, entre otros), los ciudadanos vemos que por desconfianza no nos vemos a la cara, y se pierde en la autoridad del Estado y sus agentes.
Urge recuperar la confianza de los ciudadanos, si es que interesa efectivamente hacer de este un país más seguro. Policías y ciudadanos, ricos y pobres, no tienen por qué sentirse enfrentados o en peligro: la segregación de barrios y de escuelas no van a contribuir a tener una ciudad segura en el largo plazo. Sólo va a degenerar en que cada persona que se nos aparece distinta sea sospechosa, o no confiable.
Claro es que la otra parte tiene que ver con el acercamiento que la comunidad vive de los representantes del Estado. Menos tensión hay gracias a la apertura de espacios, la represión sólo aumenta la tensión y un justificado resentimiento. Un gobierno que, independientemente del signo político, se precia de ser “de todos los chilenos” no tiene por qué entenderse con la ciudadanía con la represión. La ciudadanía, por definición, es analítica y crítica, rasgos que se corresponden al adulto. El pensamiento rudimentario es represor y/o censurador, y Chile necesita ahora gobiernos para su Siglo XXI.

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