Del embrutecimiento como política social
Francisco Javier Larraín
27 de Febrero de 2013
Estas
noches de festival hago dormir a mis niñas en su habitación, luces apagadas y silencio
relativo. Suelo pensar en el futuro de mis hijos cuando induzco al sueño a las
menores, ordenando ideas y revisando lo que puedo hacer mejor.
La
segunda noche de festival desde la habitación decorada de rosa y princesas
oía los berridos (de letras asociables a
la subcultura carcelaria) que no entraban en tono de Romeo Santos. Sorprendente,
requiere esfuerzo dar tantas notas malas cuando sólo se canta. Lo entiendo en
Jorge González y otros con su formación más punk.
Cuando
fui a ver lo siguiente me encuentro con un humor de escasa gracia, repetido y
que contó con la anuencia del público que en realidad, dada su manifiesta
limitación, reiría igual. Cerró la noche un exponente de clase mundial de la
música de peor calidad que he oído (Temas de hasta dos acordes y rítmicamente
explicables en breves compases), de letras que denigran al objeto de deseo (y a
quien las oye y replica). También se contó con el humorista Parra que basó su
rutina en la pobreza de muchos sobre su sexualidad y afectividad.
Además
se presentó una persona que ve su integridad psíquica en riesgo con el estrés
de la presentación (aun cuando lo haya hecho con el apoyo del animador), propio
de circo romano disfrazado de integración (y cuestionable legalmente según los
acuerdos ratificados por Chile en discapacidad). O en torno al mismo festival
una menor de edad que era candidata a reina, donde su logro es exponer su
físico; al menos a mis hijas las enseñaré a cautelarse.
Sé
que es bastante crudo el término en el que me expreso, pero cuando yo era
pequeño la alienación que vivía el país era sobre los fenómenos de clase
social. Se nos educaba en la ansiedad de no vernos o tener aquello que se nos
mostraba como modelo de conducta, generando la sociedad de consumo actual, en
donde la identidad se transa y la felicidad dura el momento de pasar la tarjeta
por el lector magnético.
Hoy
estamos peor que en dictadura respecto del control de la masa: entonces se
trataba de desligarla de su realidad social, hoy se trata de ahorrarle el tener
conciencia del ser humana.
Esa gestación de embrutecimiento no
es casual, corresponde a un diseño social de mantención del orden social hacia
el consumo. No es cosa del gobierno (aunque le sirva mucho), de hecho se ha
tercerizado a otros actores sociales, ya no se despierta el raciocinio (incluso
en los programas que alegan poca tolerancia). No es casual que la gente sea
dirigida a mirar con desprecio el análisis crítico estos tiempos: aquel que
poco piensa es un consumidor no reflexivo (compra tonteras) y viéndose esclavo
por esa y otras deudas, no se rebelará.
Con este festival y sistema
educacional como parte de sus armas de distracción masiva Pinochet no habría
perdido el ’88. Pero es el país que visionó: gente ordenada en sus casas desde
el trabajo, o consumiendo necedades, demasiado preocupados de tonteras y de
miserias ajenas como para movilizarse en serio y triunfar (las luchas
estudiantiles son mayoritariamente hechas por menores de edad que no están
forzados a cuidar sus empleos) sin decir la palabra política, y sin contar (de
verdad) con una clase política.
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