martes, 2 de julio de 2013

Del embrutecimiento como política social



Del embrutecimiento como política social
Francisco Javier Larraín
27 de Febrero de 2013

Estas noches de festival hago dormir a mis niñas en su habitación, luces apagadas y silencio relativo. Suelo pensar en el futuro de mis hijos cuando induzco al sueño a las menores, ordenando ideas y revisando lo que puedo hacer mejor.
La segunda noche de festival desde la habitación decorada de rosa y princesas oía  los berridos (de letras asociables a la subcultura carcelaria) que no entraban en tono de Romeo Santos. Sorprendente, requiere esfuerzo dar tantas notas malas cuando sólo se canta. Lo entiendo en Jorge González y otros con su formación más punk.
Cuando fui a ver lo siguiente me encuentro con un humor de escasa gracia, repetido y que contó con la anuencia del público que en realidad, dada su manifiesta limitación, reiría igual. Cerró la noche un exponente de clase mundial de la música de peor calidad que he oído (Temas de hasta dos acordes y rítmicamente explicables en breves compases), de letras que denigran al objeto de deseo (y a quien las oye y replica). También se contó con el humorista Parra que basó su rutina en la pobreza de muchos sobre su sexualidad y afectividad.
Además se presentó una persona que ve su integridad psíquica en riesgo con el estrés de la presentación (aun cuando lo haya hecho con el apoyo del animador), propio de circo romano disfrazado de integración (y cuestionable legalmente según los acuerdos ratificados por Chile en discapacidad). O en torno al mismo festival una menor de edad que era candidata a reina, donde su logro es exponer su físico; al menos a mis hijas las enseñaré a cautelarse.
Sé que es bastante crudo el término en el que me expreso, pero cuando yo era pequeño la alienación que vivía el país era sobre los fenómenos de clase social. Se nos educaba en la ansiedad de no vernos o tener aquello que se nos mostraba como modelo de conducta, generando la sociedad de consumo actual, en donde la identidad se transa y la felicidad dura el momento de pasar la tarjeta por el lector magnético.
Hoy estamos peor que en dictadura respecto del control de la masa: entonces se trataba de desligarla de su realidad social, hoy se trata de ahorrarle el tener conciencia del ser humana.
            Esa gestación de embrutecimiento no es casual, corresponde a un diseño social de mantención del orden social hacia el consumo. No es cosa del gobierno (aunque le sirva mucho), de hecho se ha tercerizado a otros actores sociales, ya no se despierta el raciocinio (incluso en los programas que alegan poca tolerancia). No es casual que la gente sea dirigida a mirar con desprecio el análisis crítico estos tiempos: aquel que poco piensa es un consumidor no reflexivo (compra tonteras) y viéndose esclavo por esa y otras deudas, no se rebelará.
            Con este festival y sistema educacional como parte de sus armas de distracción masiva Pinochet no habría perdido el ’88. Pero es el país que visionó: gente ordenada en sus casas desde el trabajo, o consumiendo necedades, demasiado preocupados de tonteras y de miserias ajenas como para movilizarse en serio y triunfar (las luchas estudiantiles son mayoritariamente hechas por menores de edad que no están forzados a cuidar sus empleos) sin decir la palabra política, y sin contar (de verdad) con una clase política.

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