El Sentido contra las drogas
21 de Octubre de 2010
Francisco
Javier Larraín
Constantemente escucho, leo y
converso con personas opinantes de los factores que llevan a otros a consumir
drogas, normalmente los planteamientos oscilan entre la sanción legal histérica
(en la que Chile se ha especializado muy bien, sólo al nivel de Estados Unidos
y Arabia Saudita) y la liberalidad que trata de hacer pasar por progresista un
vicio. Se asume que se consume drogas sólo por “las malas juntas”, por vicio o
respuesta neurológica; lo cierto es que los seres humanos solemos ser bastante
más complejos que eso.
Me parece evidente que la pregunta
ya no es por qué la gente consume drogas, esa pregunta aparece una vez que ya
se consumieron, no se previene un incendio preguntándose por dónde ya comenzó,
servirá en un hipotético futuro caso parecido, pero en otros tantos no lo hará
y el incendio será rotunda y trágica certeza. La pregunta es para qué NO
consumir drogas.
Si se plantea la situación en la que
alguien consume droga se encontrará que poca o ninguna de la larga literatura
burocrática (no científica, pero sí institucional) asociada a las drogas y su
correspondiente propaganda hace en realidad sentido con lo que esa persona
entiende por su más directa realidad. Las campañas antidrogas precisamente
adolecen de capacidad de llegar porque se entiende casi como la eterna amenaza
de la llegada del viejo del saco (y sus colegas), puro miedo como eje e
ingenuidad en la manera de plantearlo. Termina generándose el efecto contrario:
se torna prestigioso el consumo porque restringirse ante una campaña poco seria
aparece completamente indigno, incluso en jóvenes. No es lo mismo tratar a
alguien como un niño pequeño que se dirige a la cocina que a alguien que ya
sabe varios trucos al cocinar.
Lo que
se necesita es que la persona dirija su vida mejor informada, con un juicio
mejor hecho que los recurrentes “de algo hay que morirse” o “lo dejo cuando
quiero”, “me libera la mente”. El sentido de la vida está presente cuando se
hacen las cosas por sí y la comunidad antes que el espacio plenamente egoísta
del consumo que socialmente es estéril o negativo.
Debo decir
que por años trabajé en locales nocturnos haciendo música, pero no consumí
cocaína porque vi como ésta ponía a la gente que la disfrutaba, el círculo que
se construía a su alrededor y la dificultad cada vez mayor de ver cumplidos mis
sueños si me hacía de ella. Junto con ello recuerdo la vergüenza del carácter
histérico y violento de mis compañeros de media que bañados en supuesta
espiritualidad fumaban marihuana. Vi que era incompatible con lo que yo quise
para mi vida. El sentido de mi vida primó antes que la renuncia por intensos y
breves espacios de placer, pero veo que no es fácil decidir sobre el bienestar
bombardeados de tanta vacuidad: pulpos pitonisos, bailes, traseros de famosillos.
Hay una
consideración importante: si centramos una campaña antidrogas en la capacidad
de juicio de una persona se debe aceptar que se tendrán más y mejores
ciudadanos. Esperemos que las nuevas caras de la lucha contra las drogas estén
más claras que las de administraciones anteriores, por el bien de todos.
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