La miseria del
lenguaje, desafío de la Psicopedagogía
Francisco Javier Larraín
1 de Diciembre de 2010
Hace unos días atrás revisaba
información sobre las patologías del lenguaje, que si bien no son el campo
profesional del suscrito, sí se conforman en preocupación personal por dar
mejores respuestas y recomendaciones a mis estudiantes. Esta información me
hizo reflexionar sobre un punto que ahora quiero compartir con los lectores.
Las patologías del lenguaje ocurren
sobre un soporte neurológico, fisiológico o social. Además, mucho de lo que
sabemos hoy es que en el ejercicio de determinados ejercicios lingüísticos se
articularán, o “recablearán” nuevos
entramados neuronales. Dicho de un modo simple: mucho de lo que nuestro cerebro
hace es debido a nuestra voluntad, disciplina o costumbre en el trato con otros
individuos. Nadie nace sabiendo las tablas de multiplicar, pero que la
generalidad de la población las sepa en su vida adulta subyace en el hecho de la
práctica constante de secuencias de números. E incluso sólo basta recordar eso
de “andar en bicicleta no se olvida nunca”.
Entonces, el cerebro y las neuronas
se acomodan en virtud de lo que se hace, preparándonos para ir asumiendo en
nuestras vidas distintos retos, en virtud del desarrollo que de nosotros se
espera, aprender a hablar, a recortar, teclear y una serie de logros en nuestra
vida como aquellos. Cada cosa que hacemos, un orden de conexiones neuronales
para esto. Pero también corremos un riesgo: que quede asentada una manera que
se nos puede convertir en lesiva para nuestro mejor interés; una configuración
neuronal que nos atrape donde en realidad no nos sirve encontrarnos.
Si las personas que tienen
Trastornos de Lenguaje la tienen difícil cuando no tienen necesariamente un
defecto fisiológico (ausencia de paladar, labio leporino, etc.) imaginémonos
cómo es de enfrentarse atrapado cuando el medio de los niños no potencia sus
posibilidades al expandir sus lenguajes. Pensemos en padres que hablan a grosería
batiente, en una televisión cada vez menos rica en el castellano que nos extiende
el mundo cuando nos hace comprenderlo.
Incluso en la cantidad de profesionales que en la evolución vienen
bajándose del árbol: si no fuera por el corrector ortográfico que tienen los
ordenadores o el corte y pega no tendrían espacio alguno.
Entonces, nos enfrentamos a un mundo
que ofrece más bien pocas alas para que una persona que tiene deficiencias del
lenguaje que sólo necesita un “recableado”
en su relación con otros pares y en los medios de comunicación tiene apenas
excrecencias de lenguaje repetido en lugares comunes. Sólo si tiene padres
lectores y que hacen esfuerzo analítico podría ocurrir algo distinto. Pero
desgraciadamente la tendencia a la riqueza del lenguaje adulto es casi
inexistente en la mayoría de los casos.
Las personas que se forman para
tratar niños con problemas de lenguaje entonces han de ser la mejor versión de
ellas mismas manejando el hermoso castellano que tenemos por idioma. Si hay un
niño con padres que tienen limitaciones de extensión lingüística y están
sometidos a medios, además de tener profesores que no siempre utilizan el
lenguaje con toda su amplitud, son las y los psicopedagogos del mundo los que
tienen el reto de entregar más, no sólo a través de un tratamiento eficaz, si
no que socializando en palabras que no necesariamente en todos los casos se
entienden al principio, pero que dan por sentada la existencia de un mundo que
espera por esos niños.
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