lunes, 1 de julio de 2013

La miseria del lenguaje, desafío de la Psicopedagogía



La miseria del lenguaje, desafío de la Psicopedagogía
Francisco Javier Larraín
1 de Diciembre de 2010

            Hace unos días atrás revisaba información sobre las patologías del lenguaje, que si bien no son el campo profesional del suscrito, sí se conforman en preocupación personal por dar mejores respuestas y recomendaciones a mis estudiantes. Esta información me hizo reflexionar sobre un punto que ahora quiero compartir con los lectores.
            Las patologías del lenguaje ocurren sobre un soporte neurológico, fisiológico o social. Además, mucho de lo que sabemos hoy es que en el ejercicio de determinados ejercicios lingüísticos se articularán, o “recablearán” nuevos entramados neuronales. Dicho de un modo simple: mucho de lo que nuestro cerebro hace es debido a nuestra voluntad, disciplina o costumbre en el trato con otros individuos. Nadie nace sabiendo las tablas de multiplicar, pero que la generalidad de la población las sepa en su vida adulta subyace en el hecho de la práctica constante de secuencias de números. E incluso sólo basta recordar eso de “andar en bicicleta no se olvida nunca”.
            Entonces, el cerebro y las neuronas se acomodan en virtud de lo que se hace, preparándonos para ir asumiendo en nuestras vidas distintos retos, en virtud del desarrollo que de nosotros se espera, aprender a hablar, a recortar, teclear y una serie de logros en nuestra vida como aquellos. Cada cosa que hacemos, un orden de conexiones neuronales para esto. Pero también corremos un riesgo: que quede asentada una manera que se nos puede convertir en lesiva para nuestro mejor interés; una configuración neuronal que nos atrape donde en realidad no nos sirve encontrarnos.
            Si las personas que tienen Trastornos de Lenguaje la tienen difícil cuando no tienen necesariamente un defecto fisiológico (ausencia de paladar, labio leporino, etc.) imaginémonos cómo es de enfrentarse atrapado cuando el medio de los niños no potencia sus posibilidades al expandir sus lenguajes. Pensemos en padres que hablan a grosería batiente, en una televisión cada vez menos rica en el castellano que nos extiende el mundo cuando nos hace comprenderlo.  Incluso en la cantidad de profesionales que en la evolución vienen bajándose del árbol: si no fuera por el corrector ortográfico que tienen los ordenadores o el corte y pega no tendrían espacio alguno.
            Entonces, nos enfrentamos a un mundo que ofrece más bien pocas alas para que una persona que tiene deficiencias del lenguaje que sólo necesita un “recableado” en su relación con otros pares y en los medios de comunicación tiene apenas excrecencias de lenguaje repetido en lugares comunes. Sólo si tiene padres lectores y que hacen esfuerzo analítico podría ocurrir algo distinto. Pero desgraciadamente la tendencia a la riqueza del lenguaje adulto es casi inexistente en la mayoría de los casos.
            Las personas que se forman para tratar niños con problemas de lenguaje entonces han de ser la mejor versión de ellas mismas manejando el hermoso castellano que tenemos por idioma. Si hay un niño con padres que tienen limitaciones de extensión lingüística y están sometidos a medios, además de tener profesores que no siempre utilizan el lenguaje con toda su amplitud, son las y los psicopedagogos del mundo los que tienen el reto de entregar más, no sólo a través de un tratamiento eficaz, si no que socializando en palabras que no necesariamente en todos los casos se entienden al principio, pero que dan por sentada la existencia de un mundo que espera por esos niños.
           

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