Psicopedagogía en los Colegios
Francisco Javier Larraín
4 de Diciembre de 2010
Una
de las primeras inquietudes del primer año de Psicopedagogía es el hecho de no
tener seguridad del campo laboral en el espacio de los colegios, como si en eso
se les asegurase una existencia miserable si dependen de su carrera. Me
enternecen mucho cuando eso ocurre, año tras año, conociendo psicopedagogos
hace más de 18 años y no viendo pobreza precisamente en éstos.
La
necesidad de un puesto de trabajo seguro y decente en respuesta a frutos de
buena calidad, si bien no está de moda según los gurúes que dan consejos a
quienes deben dar puestos de trabajo, son una justa preocupación por quienes no
tienen más que el estudio como único medio de mejora material y cultural en su
vida.
He visto los rostros de
espanto cuando se les dice que su trabajo probablemente se vaya a realizar en
términos de independencia. Rostro de espanto cuando muchos se encuentran en el
momento de poder actuar y recibir los productos de las buenas acciones. Miedo a
la libertad, en definitiva, como todos quienes vivimos en un país que prefiere
el orden antes que la libre expresión. Hay que ser valientes para estudiar una
carrera que entrega libertad, y por lo mismo respeto mucho a quienes se van
enamorando de la carrera a medida que pasa el tiempo y procuran hacerlo cada
vez mejor.
Si los colegios abren su
puerta a los psicopedagogos no es una prerrogativa que signifique mejora para
quienes emprenden. En realidad quien resulta beneficiado es el colegio, con sus
niños, porque una psicopedagoga hoy tiene oficio abriéndose mercados laborales.
Hoy, como nunca antes, ha quedado claro que cada vez más es necesario atender a
niños que, por múltiples factores, no terminan de integrarse satisfactoriamente
al entorno escolar y social. Si las escuelas van cerrando sus puertas, corre el
riesgo de niños que se vayan a otros lugares donde exista el experto que sepa
atender su particularidad.
Los niños no se van a
potenciar diagnosticándolos como “índigo o cristal”. Necesitan seriedad en el
conocimiento de lo que les aqueja, no se soluciona dificultando la repetición
de curso en virtud de una moda neofascista que esconde que el futuro y la
excelencia depende también del propio individuo. Un psicopedagogo fuera de un
colegio es la vuelta a la explicación más primitiva y anticientífica sobre el
porqué al niñito le cuesta algún procedimiento, o es tan inquieto. Ni hablar de
los consejos de la abuelita, de la “señora que sabe”, o de un libro de
autoayuda para solucionar el entuerto.
No son mis estudiantes y
mis cercanos quienes deben estar inquietos si los colegios admiten o no su
ingreso como una necesidad, no se preocupa el aire de que necesitemos respirar.
Ser persona libre, cuando
no está de moda, pero además saberse necesario es más de lo que muchos de los
egresados de carreras más tradicionales tienen. Aprender a ver el futuro como
un lugar lleno de oportunidades donde hay que aprender a mirar con optimismo,
más aún cuando se tiene las mejores herramientas es algo que cuesta hacer en un
mundo donde la gente teme expresar lo que piensa por no caer mal. Mientras
menos exprese la gente lo que piensa, más allá de la publicidad (disfrazada de
noticias, necesidad o experiencia compartida) más necesarias serán aún las
personas que egresen de una carrera que desnuda que la falta de costumbre de
expresar lo que se piensa.
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