Del
voto, última frontera de la idiotez
Francisco
Javier Larraín S.
23 de Octubre de 2012
Yo era pequeño
y se asesinaba gente por poder volver votar, y más que eso vivir una democracia
de pleno (En los ’80 quienes estaban cómodos con un régimen que oprimía gente nos
decían que vivíamos en la “verdadera democracia”, incluido el actual vocero de
gobierno).
Vi como el ’88
masas desesperadas de gente votaban por la opción NO. Funcionarios de la
dictadura años antes pusieron multitud de trabas para ir a votar, entonces me parecía bastante obvio que quizás el voto
de la población de la mayoría significaba peligro para los opresores de la
población. Tanto que, al perder, el ’89 la dictadura con su brazo civil presentaron
su candidato. Les importaba ¿Por qué utilizaron el miedo contra las
“consecuencias de las elecciones”?
El caso es que
desde entonces, y por diseño también desde los poderes fácticos, la gente se
volvió cómoda. Tanto que se limitó a votar por los candidatos que le ponían
partidos que representaban demasiados intereses usualmente alejados de quienes
con molicie se remitían a votar. Sin embargo, además, crecía en número quienes
optaban por no inscribirse y no votar. Tan distante estaba el cuerpo político
de la población que un tercio del Senado casi era designado a dedo, por los
poderes fácticos y sus esbirros.
Fueron pasando
los años, y votar por un conglomerado u otro era, en líneas generales, una
cuestión de matices. Uno elegía por principios en oposición al contrario. Pero tampoco
pretendía que Lagos o Bachelet tuvieran la entereza de Allende o que Frei fuese
la sombra de su padre. Les sentaba tan bien el sistema organizado desde la
Constitución para oprimir a las mayorías que en realidad sacar los Senadores
designados fue un paso natural, el sistema político estaba lo suficientemente
apoltronado como para contagiarse del germen del cambio, y fueron derivando con
alegría lejos de sus electores a su propio interés, ni la decencia de
inhabilitarse por manifiesto conflicto de interés se echa de menos.
Pero esa
situación se fue dando porque la gente ya ni se organizaba, no muchos chilenos
tienen activa su Junta de Vecinos. Muchos chilenos fueron entregando no sólo el
voto, si no que fueron dirigiéndose a lo que los griegos llamaban “idiotez”,
que es priorizar las cosas personales antes que la comunidad. Nos volvimos un
país de creciente población idiota, sin opinión, sin principios y donde la
reserva de decencia está en unos muchachos que no saben muy bien como dirigir
las acciones.
Esos muchachos
quieren cambiar las cosas, restándose de votar. Es un error, porque la gente
descontenta quiere algún cambio, y son cada vez más. La democracia es más que
las calles, más que marchar. El voto costó sangre de muchos chilenos
conseguirlo, no es baladí.
La democracia
es también organizarse, estrilar porque los partidos presentan candidatos que
no son de pleno lo esperado es dejarle el poder a quienes no tienen interés en
tomar en cuenta siquiera tamaño descontento. Se les aumenta el margen con el
que construyen su poder.
Hoy, elegir no
votar, es acercarse más a la idiotez que a la construcción de una comunidad
social más justa, como para poder denominarnos República. La democracia plena,
basado en el voto, la manifestación, pero más que nada en organizarse desde
quienes quieren ser representados, es lo que se juega. Caso contrario, toda la
movilización estudiantil no pasa de ser una pataleta que nunca quiso, en
verdad, participar de construir una mejor sociedad.
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