El Dios en el que creo
Francisco
Javier Larraín Sánchez
21 de Diciembre de 2011
Las columnas que hice en semanas
anteriores sobre inquietudes religiosas han resultado sido motivo de inquietud
por parte de algunos amigos, colegas y estudiantes, que me exigen más respuestas
Así que con ese motivo explicaré la pregunta que me realizan: ¿En qué Dios
creo, si es que creo?.
Debo decir que tras varias
conversaciones un amigo sacerdote me dijo
que el concepto de Dios presente en todo mi discurso estaba referido al “logos
espermático”; visión con la que me ajusto bien dado mi planteamiento filosófico.
Mis discusiones con cercanos más apegados a la religiosidades de ética
cristiana que le dan una importancia radical a la Biblia, como palabra revelada
del mismo Dios. Dudo mucho que todo, e incluso la mayoría, de lo que Dios inspira
se pueda encerrar tristemente en un texto que muestra a una divinidad que mata,
y manda matar, por capricho; y que más encima tiene decenas de inconsistencias.
Resumen, no me cabe el Dios del Universo en uno o más libros.
Los primeros cristianos, antes de la
extensión católica, rechazaban con fuerza los ritos paganos basados en mitos;
así que para dar fundamento a su fe se abrazaron a la filosofía. Los primeros cristianos,
salvo los parabolanos en Alejandría, tendían a buscar el conocimiento, aun a
pesar de la dureza y simpleza de sus vidas. Recién en el siglo XIII se degenera
en una noción que hoy se asume como incuestionable: la fe es incompatible con
la razón.
Creo que Dios está en todos lados y
todos llevamos un suspiro de Él. Está en bares y calles, templos y bibliotecas,
el suspiro lo porta gente noble y también los criminales, todos llevamos lo que
en su infinita Providencia destinó para nosotros. Lo que para mí puede resultar
doloroso no termina de estar fuera de sus designios. Dios sabe lo que haré,
incluso si no me arrepiento de obrar mal; todo está en su designio.
Pero si
bien existe un determinismo del diseño total en mi planteamiento no es un
determinismo real a fin de cuentas: los seres humanos no sabemos ni podemos
pretender conocerlo, creer lo contrario es delirio. Mi planteamiento tributa a
Leibniz, pastor e inventor del cálculo moderno, quien nos dice que la voluntad
de Dios se nos muestra presuntiva, sólo podemos suponer; sólo se puede entender
a Dios comprendiendo la naturaleza para seguir con el único designio que se
puede comprender para el Hombre en la
naturaleza: crear, con la potencia infinita que es cada persona en sí cada vez
que busca comprender la manera en la que funciona el mundo. Conocer para crear
entendidos como dos maneras de adorar a Dios, de manera esforzada, porque
aprender para crear cuesta.
Creo que
en toda la obra humana, en cada rincón de la naturaleza está presente ese Dios
del Universo. Y ese Dios del Universo no tiene esas rigideces mentales de
pensar en dividir entre condenados y salvados. No, Dios no se autolimita, ocupa
espacios, crece se multiplica en cada una de nuestras acciones y creaciones.
En
resumen, creo en un Dios que vive con nosotros y en nosotros que nunca nos
limita y que espera que, de nosotros formados en los conocimientos, hagamos más
gloria desde nuestra creación, que es también la suya. En eso creo, cuando
creo.
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