lunes, 1 de julio de 2013

El Dios en el que creo



El Dios en el que creo
Francisco Javier Larraín Sánchez
21 de Diciembre de 2011

            Las columnas que hice en semanas anteriores sobre inquietudes religiosas han resultado sido motivo de inquietud por parte de algunos amigos, colegas y estudiantes, que me exigen más respuestas Así que con ese motivo explicaré la pregunta que me realizan: ¿En qué Dios creo, si es que creo?.
            Debo decir que tras varias conversaciones un amigo sacerdote  me dijo que el concepto de Dios presente en todo mi discurso estaba referido al “logos espermático”; visión con la que me ajusto bien dado mi planteamiento filosófico. Mis discusiones con cercanos más apegados a la religiosidades de ética cristiana que le dan una importancia radical a la Biblia, como palabra revelada del mismo Dios. Dudo mucho que todo, e incluso la mayoría, de lo que Dios inspira se pueda encerrar tristemente en un texto que muestra a una divinidad que mata, y manda matar, por capricho; y que más encima tiene decenas de inconsistencias. Resumen, no me cabe el Dios del Universo en uno o más libros.
            Los primeros cristianos, antes de la extensión católica, rechazaban con fuerza los ritos paganos basados en mitos; así que para dar fundamento a su fe se abrazaron a la filosofía. Los primeros cristianos, salvo los parabolanos en Alejandría, tendían a buscar el conocimiento, aun a pesar de la dureza y simpleza de sus vidas. Recién en el siglo XIII se degenera en una noción que hoy se asume como incuestionable: la fe es incompatible con la razón.
            Creo que Dios está en todos lados y todos llevamos un suspiro de Él. Está en bares y calles, templos y bibliotecas, el suspiro lo porta gente noble y también los criminales, todos llevamos lo que en su infinita Providencia destinó para nosotros. Lo que para mí puede resultar doloroso no termina de estar fuera de sus designios. Dios sabe lo que haré, incluso si no me arrepiento de obrar mal; todo está en su designio.
Pero si bien existe un determinismo del diseño total en mi planteamiento no es un determinismo real a fin de cuentas: los seres humanos no sabemos ni podemos pretender conocerlo, creer lo contrario es delirio. Mi planteamiento tributa a Leibniz, pastor e inventor del cálculo moderno, quien nos dice que la voluntad de Dios se nos muestra presuntiva, sólo podemos suponer; sólo se puede entender a Dios comprendiendo la naturaleza para seguir con el único designio que se puede comprender  para el Hombre en la naturaleza: crear, con la potencia infinita que es cada persona en sí cada vez que busca comprender la manera en la que funciona el mundo. Conocer para crear entendidos como dos maneras de adorar a Dios, de manera esforzada, porque aprender para crear cuesta.
Creo que en toda la obra humana, en cada rincón de la naturaleza está presente ese Dios del Universo. Y ese Dios del Universo no tiene esas rigideces mentales de pensar en dividir entre condenados y salvados. No, Dios no se autolimita, ocupa espacios, crece se multiplica en cada una de nuestras acciones y creaciones.
En resumen, creo en un Dios que vive con nosotros y en nosotros que nunca nos limita y que espera que, de nosotros formados en los conocimientos, hagamos más gloria desde nuestra creación, que es también la suya. En eso creo, cuando creo.

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