Cuando ser uno
no es moda
Francisco Javier Larraín
9 de Febrero de 2011
La influencia del grupo es una
fuerza que por momentos puede resultar arrolladora de nuestras intenciones
originales. Muchas veces nos encontraremos buscando explicar porqué adoptamos
una conducta de la que no nos sentiremos orgullosos a futuro. Con la gente de
Administración de Empresas y Orientación Familiar conversamos sobre esa
tendencia cada vez más potenciada de tratar a las personas como entes irracionales
que son susceptibles de ser dirigidos a partir de los deseos y miedos más
profundos.
¿Qué tiene en común un consumidor y
una persona en una multitud que se manifiesta? Que no están pensando y no son
confiables. Soy uno de miles que han marchado por causas más que justas, y he
aprendido que las personas muchas veces terminan actuando incluso contra de sus
intereses e incluso de su sentido de decencia más elemental. Para ir a un
ejemplo sencillo, pocos de los espectadores a un partido de fútbol entre
equipos de gran rivalidad les gustaría que a sus novias, hermanas o hijas les
mostrasen el cómo se comportan dentro del recinto: no tiene sentido cuando uno
sabe que no existe un campeonato entretenido ni un bien al fútbol chileno si no
hubiese otros equipos y otros hinchas.
De la misma manera una persona que
no está del todo desarrollada mentalmente está a merced de la publicidad, basta
ver cómo se les enseña a los niños que la mezcla de sal y azúcar con cereales
se les vende como “sano”, o que serán prestigiosos como adultos si poseen un
determinado bien de consumo que se presenta como símbolo de un status
imposible.
La fuerza de la mente de la masa
que muchas veces nos encuentra solos viendo televisión, o rodeados de cientos
de personas es muy fuerte si consideramos que tendemos a desear en no tener
responsabilidades sobre nosotros mismos, y descansamos en desear que se nos
trate precisamente como entes no pensantes. Un buen ejemplo de esto es que al
votar por la presidencia se busca un padre (o madre) bastante freudiano: uno
que nos dé seguridad, trabajo y entretención. Y de hecho en los “debates”
presidenciales lo que nos encontramos son candidatos encerrados en el
estereotipo que se les indicó. Gracias a Dios, pocos votan a partir de los
debates, pero no deja de ser sintomático que expertos comunicacionales estimen
que jugar un papel bastante limitado es lo que la gente espera.
La conciencia de cada uno no está
de moda, el ser uno, menos aún. Sólo se estimula el inconsciente para potenciar
el consumo, y el cumplimiento de pretensiones sin tener habilidades: muchachos
que desean aprobar materias a sabiendas que no dominan de manera suficiente.
El mundo cambia, pero no “en
patota”, cambia cuando las personas que componen los grupos están conscientes
de lo que hacen. Para que nuestros hijos e hijas tengan una vida mejor lo
primero, antes de cambiar el mundo (que cambia sin permisos) es criar personas
que se hagan responsables de sus actos. Y eso equivale a pasar malos ratos, que
va a ser siempre mejor que vivir avergonzado. Darle la capacidad de opción a
quien no se ha desarrollado psicológicamente en esas áreas es negligencia de la
publicidad, pero es inexcusable que los padres se eximan de formar criterio. A
ponerse las pilas.
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